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Un héroe empacado en el cuerpo de un niño de 14 años

#HistorialDeVuelo

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En esta serie de nuestro blog, las personas que conforman VUELA nos platican experiencias e historias que han vivido dentro de la Fundación. Aquí podrás conocer más acerca de quienes son el viento bajo nuestras alas. ¡Disfruta!

Después de varios años desde que empezamos Vuela, a veces siento que es algo que siempre ha estado ahí en mi vida, algo cotidiano, algo de lo que me siento orgulloso, pero no necesariamente me recuerda que nos ha costado años de esfuerzo lograr que éste sueño sea una realidad.

Todavía me acuerdo las interminables juntas donde un grupo de amigos decidíamos que queríamos ayudar a alguien sin saber dónde empezar. Queríamos comernos el mundo sin un peso de presupuesto ni experiencia en ninguna causa social. Tras varios golpes de realidad en algún momento pensé que nunca lograríamos más que ayuda eventual por organizar colectas o eventos con causa….

Y aquí estamos, dándonos cuenta que adquirimos una responsabilidad mucho más grande de lo que esperábamos, de la cual no hay vuelta atrás. Que esta misión es mucho más grande que todos los que participamos en la fundación y que la necesidad de la causa social por la que decimos luchar, está en un momento crítico. Cada segundo, cada peso, cada decisión, puede ser la diferencia para salvar una vida. Tal vez llegamos aquí por algo.

Porque he tenido la oportunidad de entender que atrás de esta buena intención de “aportar un granito a la sociedad” hay personas reales, con problemas reales y que no tienen con qué solventar un tratamiento para salvar la vida. Es cuando te das cuenta que solo un poco de ayuda de vez en cuando no es suficiente cuando puedes más…

Nadie me lo contó, no lo leí en Twitter, ni lo vi en la tele. Yo conocí a Alondra, Chucho, Iván, Frida, sus papás, algunos doctores, los enfermeros, voluntarios de Vuela y otras fundaciones. Toda una comunidad que es tristemente tocada por una maldita enfermedad. Como si eso no fuera suficiente, preocuparse por la escasez de medicinas, de infraestructura en hospitales, suficientes doctores, apoyo psicológico, dinero para pagar el transporte al hospital, para comer, educación sobre la enfermedad, compañía, empatía, amor…

Por eso quiero escribir aquí un testimonio de lo que he podido conocer. Para que llegue a toda la gente posible y ojalá sirva para animar a la gente a ayudar. A Vuela u otras fundaciones, incluso otras causas sociales, pero ayudar. Ayudar con nuestro tiempo, nuestros conocimientos y dinero. No con lo que nos sobra si no con lo que más se pueda. Hay muchos que nos sentimos afortunados por lo que nos da la vida, queremos ayudar, nos indignamos por las injusticias y solo ayudamos cuando nos piden con menos de lo que sobra. No nos creemos que realmente podemos hacer la diferencia para hacer del mundo un lugar un poquito mejor.

A quien tenga desconfianza o duda de cómo ayudar, hábleme, les aseguro que Vuela es una gran opción. Lo he vivido, he visto la diferencia que se hace y todo el bien que queda por hacer.

Empecé explicando todo este rollo de lo que representa Vuela para mí, en parte porque no me decidía de qué experiencia o persona quería platicar en específico. Tal vez no han sido suficientes las experiencias, pero por el simple hecho de participar en la fundación y haber ido algunas veces al hospital es imposible no conmoverse por lo que pasa ahí, ser tocado por experiencias y personas. Sin embargo, si hay una persona que guardo siempre en mi corazón y que me sigue moviendo hoy en día.

Chucho, el héroe del hospital


Chucho era alguien fuera de lo normal. Asumió un papel de héroe en el Hospital Moctezuma y se convirtió en un ejemplo de cómo vivir. Nunca dejó de poner lo mejor de sí con tal de alegrar y consolar a los demás niños del hospital, de participar en todas las actividades de voluntarios, en hacer sentir a su mamá como si todo estuviera bien, de hacer reír al personal médico. Pareciera que lo hubieran contratado en el hospital para hacer más fácil la vida de los que por ahí pasaban.

Todo esto empacado en el cuerpo de un adolescente de 14 años originario de Ecatepec con un cáncer extremadamente agresivo que le costó una pierna y que quiso ser mi amigo.

Lo conocí en una visita al Hospital Moctezuma. Él estaba acostado en una de las camas entrando a la derecha. Al principio no me acerqué, ya que por su carisma era natural que los voluntarios se acercaran directamente a platicar y jugar con él. En algún momento que alguien más estaba platicando con él, me acerqué también hasta seguirnos toda la visita platicando.

Fue hasta casi la despedida cuando me di cuenta que debajo de esas sábanas ya no había una pierna, se la acababan de amputar apenas unos días antes, y él platicando de juegos de x box y películas de miedo.

Fue más fácil hacerme su amigo porque cada vez que yo iba, él estaba ahí. Por momentos olvidaba – aún sin pelo y pierna – que era un niño enfermo que estaba siempre ahí porque así lo demandaba su tratamiento. Todavía me acuerdo jugar cartas y boom boom balloon, molestarlo de las niñas que le gustaban, de qué comida quería que le ayudáramos a meter a escondidas al hospital, su día a día con los demás niños y algunas historias de sus amigos.

En algún momento quisimos darle un regalo, como a muchos de los niños de ahí. Nos sorprendió con una solicitud difícil de entender y conseguir. Quería una bicicleta tipo chopper. Todavía me acuerdo de Diego preguntando:

– ¿Estás seguro que no quieres algo más? No sé, un x-box, un celular, ir a un concierto, ¡algo que si puedas usar!…

De ahí no lo bajamos y era lo único que nos iba a aceptar.

Tras mucha búsqueda solo encontré una bici estilo chopper en Mercado Libre, por un precio fuera de nuestro presupuesto y que tenía que ir a recoger a una casa en el molinito. Hice una colecta en Facebook y me lancé por ella.

Unos días después, Diego y yo nos lanzamos a su casa en Ecatepec para sorprenderlo con el regalo. Fue difícil llegar, pues vivía en lo más profundo de Ecatepec ahí donde ya no hay calles pavimentadas ni números en las casas. Llegamos al reconocer el puesto de quesadillas en que trabajaba su mamá.

Nos recibió vestido cual rockstar con atuendo negro, paliacate y sombrero, sorprendido y feliz de vernos ahí. Al ver su regalo no cabía de la felicidad y nosotros de la preocupación. Inmediatamente quería usarla. Era el momento de la verdad, el momento en que, un niño sin pierna posiblemente se iba a dar un buen golpe de realidad al intentar pedalear.

Escoltado por sus dos amigos de Vuela que trataban de asegurarse de que no se cayera, se subió y no sin esfuerzo, pero logró empezar a andar. Un momento de demasiadas emociones que no olvidaré. De ahí nos agradeció y decidió que iba a visitar a sus amigos en la cancha de fútbol y que llegaría en su nueva bicicleta. No podía esperar a presumirles.

Muy poco tiempo después, se puso muy grave y murió. Una verdadera injusticia de la vida llevarse así a un ser tan especial. Fuimos al funeral en su casa, recibidos por su familia cómo verdaderos amigos, de las cosas más tristes que me tocó vivir en Vuela y también de esas cosas que le dan sentido al por qué estábamos haciendo lo que estábamos haciendo. 

Así cómo Chucho me tocó a mi, hay miles de historias más. Tanto de niños que tocan la vida de los voluntarios como voluntarios que tocan la vida de los niños y sus familias. Solo por esto, todo este camino vale la pena.

Hoy Vuela es algo muy distinto a cuando empezamos, cada experiencia nos ha llevado a encontrar nuestra misión en la sociedad. Vuela ha ayudado a cientos de niños y sus familias a pagar sus tratamientos, a dar herramientas a papás y doctores para que la enfermedad sea más fácil de sobrellevar y entender. Saben que siempre estaremos ahí para hacer lo imposible cuando se necesite. Vuela es una realidad.

Hoy nos queda claro para qué estamos aquí y que nos falta mucho para cumplir nuestro objetivo: Que en México ningún niño abandone su tratamiento por la razón que sea. Y creo que vamos por buen camino, todo gracias a cientos de personas que han querido dar un poco más.

Si llegaste hasta aquí no me queda más que agradecerte por leer mi testimonio e invitarte a ayudar a Vuela. Si crees que con tu talento y tiempo nos puedes ayudar, escríbeme. Para apoyar económicamente, te invito a inscribirte a nuestro programa de donativos recurrentes ALAS con lo cual nos ayudarás a llegar a más niños. Todo ayuda.

Rodrigo Aguilar Couttolenc

Rodrigo Aguilar Couttolenc

Rodrigo es ingeniero y le gusta el tenis. Ha sido vicepresidente de VUELA y es miembro del consejo de dirección de la Fundación.

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